Cuando vi a mi hijo en la camilla de urgencias, con la cabeza vendada, inconsciente y rodeado de médicos que hablaban en voz baja, sentí algo que ningún padre ni empresario debería vivir: sentí que él se moría… y, con él, que me moría yo. Tiene 20 años, lleva dos trabajando en la construcción, y ese día no llevaba casco puesto. Se lo había quitado un momento, según me contaron, porque le molestaba con el calor. Un andamio mal asegurado, una herramienta que cayó desde arriba y, por poco, no lo cuento yo también. Esa imagen me acompaña todos los días.
Llevo más de veinte años al frente de una empresa de instalaciones industriales. He trabajado con electricistas, fontaneros, albañiles, soldadores, operarios de limpieza, técnicos de laboratorio, personal de oficinas… Todos distintos en su trabajo y tienen necesidades distintas, pero comparten algo: su salud depende, en parte, del equipo que les damos.
Y después de ver a mi hijo al borde de la muerte por un casco que no tenía puesto, decidí que ya no se trata solo de cumplir, sino de cuidar. Porque nadie debería perder a un padre, a un hijo, a un compañero, por algo tan básico como no tener la protección adecuada.
Cada sector, una amenaza distinta
Uno de los mayores errores que cometemos muchos empresarios es pensar que los equipos de protección solo son necesarios en sectores tradicionalmente considerados “peligrosos”, como la construcción o la industria química. Pero la realidad es que no es así en absoluto, porque los riesgos laborales están presentes en cualquier entorno de trabajo, incluso en aquellos que parecen seguros a simple vista, como un trabajo de oficina.
Pensemos, por ejemplo, en un taller de costura industrial. Las agujas, las máquinas con partes móviles, los cables mal asegurados y la fatiga acumulada pueden provocar accidentes serios.
Lo mismo ocurre en una cocina profesional, donde el calor, los cuchillos, el suelo mojado y el vapor se combinan en un entorno propenso a caídas, quemaduras o cortes.
Incluso en una oficina, con cables cruzados, el uso prolongado del ordenador, las malas posturas o una mala iluminación. Todo eso puede generar lesiones.
Nadie está completamente a salvo por el simple hecho de llevar corbata o trabajar en un entorno aparentemente tranquilo. Que una lesión sea menos severa que otra no quita que no se necesite protección o tener especial cuidado en el trabajo con las cosas que se hacen en él.
La Ley de Prevención de Riesgos Laborales
En España, desde 1995, tenemos una legislación bastante clara: la Ley 31/1995 de Prevención de Riesgos Laborales. Esta norma establece que los empresarios estamos obligados a garantizar la seguridad y salud de nuestros trabajadores en todos los aspectos relacionados con el trabajo. No es un consejo, es una obligación legal. Y, además, ética.
La ley contempla, entre otras cosas, la evaluación de riesgos, la planificación de medidas preventivas, la formación de los empleados y la provisión de equipos de protección individual (EPI). Si un trabajador sufre un accidente y no tenía la protección necesaria, la responsabilidad recae, en gran parte, sobre la empresa, porque es su responsabilidad.
Y las consecuencias no son solo multas… son vidas truncadas.
El equipo básico de protección personal
He aprendido, muchas veces a base de golpes, cuáles son los equipos de protección que nunca deberían faltar en ningún entorno laboral. Voy a nombrarlos todos los que me vienen a la cabeza, porque cada uno tiene un motivo de existir. Todos salvan vidas o evitan lesiones que pueden dejar secuelas para siempre.
- Cascos de protección: Lo pongo el primero por razones obvias. El casco es el escudo del cráneo. En la construcción, la industria forestal o los almacenes, puede significar la diferencia entre un susto y un entierro. Epis Lucentum, especialistas en seguridad en el trabajo desde 1994, me confiaron, cuando me asesoré con ellos, que estas herramientas han de ser cómodos, estar bien ajustados y ser revisados con frecuencia. Y, sobre todo, hay que educar en su uso. No vale con tenerlos en el coche. Hay que usarlos para evitar desgracias como la que le pasó a mi hijo.
- Guantes de seguridad: Hay guantes contra cortes, químicos, calor, frío, electricidad y hasta vibraciones. Un simple descuido sin guantes puede acabar en amputaciones o quemaduras graves. No todos sirven para lo mismo, así que, según el trabajo, necesitarás uno u otro. Por esa razón, en mi empresa tenemos cinco modelos distintos, y cada técnico usa uno u otro según el trabajo.
- Gafas y pantallas de protección: La vista es delicada. Hay partículas, líquidos, chispas y radiación que pueden dañarla sin que nos demos cuenta. En soldadura, laboratorios, carpintería o fontanería, las gafas o visores son imprescindibles. Existen gafas cerradas, con ventilación, antiempañamiento y filtros específicos. Incluso gafas para proteger la vista, para quienes trabajan en oficina.
- Protección auditiva: Un operario que trabaja al lado de un generador o una prensa hidráulica está expuesto a un ruido que puede dejarle sordo en cuestión de meses. Tapones, orejeras o cascos con reducción de ruido activa son una inversión pequeña que evita daños irreversibles.
- Calzado de seguridad: El pie es frágil. Hay riesgos de aplastamientos, resbalones, pinchazos y quemaduras. Las botas deben adaptarse al entorno: con puntera metálica, suela antideslizante, aislante eléctrico, impermeable…
- Mascarillas y protección respiratoria: En trabajos con polvo, gases, vapores o productos tóxicos, respirar sin filtro puede ser mortal. Hay mascarillas desechables, reutilizables, con filtros intercambiables o con ventilación asistida. Desde que vivimos una pandemia esto ya no se cuestiona tanto, claro, pero sigue habiendo trabajadores expuestos sin protección que exponen sus vidas todos los días, y no puede ser.
- Arneses y sistemas anticaídas: En trabajos en altura, un arnés bien colocado puede salvarte la vida. Es igual de importante revisar los anclajes, los puntos de sujeción y la formación del trabajador. No basta con colgarse de un arnés sin haber verificado que todo funciona correctamente, en eso el trabajador también ha de hacerse responsable.
- Ropa de alta visibilidad: Parece un detalle, pero en zonas con tráfico, maquinaria pesada o entornos con poca luz, ser visible puede ayudarte a estar vivo. Chalecos, camisetas, pantalones o chaquetas reflectantes evitan atropellos y errores humanos.
- Ropa ignífuga o resistente a productos químicos: En soldadura, en industrias con riesgo de incendio o en laboratorios, la ropa normal no sirve. Se derrite, arde o absorbe sustancias. Hay tejidos especiales que resisten las llamas, repelen líquidos agresivos y no se adhieren a la piel en caso de accidente.
- Protectores faciales y capuchas integrales: En ciertas industrias, como la fundición, el tratamiento de metales o la industria química, una pantalla completa protege cara y cuello. También existen capuchas con respiración asistida para entornos altamente contaminados.
- Rodilleras, coderas y cinturones lumbares: No hay que esperar a tener 60 años y una hernia para pensar en la ergonomía. Cargar peso sin cinturón lumbar, trabajar arrodillado sin protección o forzar posturas puede arruinar la salud muscular y articular. Prevenir es vivir con menos dolor.
- Chalecos refrigerantes o térmicos: En entornos extremos, como hornos industriales o cámaras frigoríficas, mantener la temperatura corporal estable no es una comodidad, es una necesidad. Hay ropa técnica que ayuda a ello y puede evitar desde golpes de calor hasta hipotermias.
- Protección contra riesgos eléctricos: Trabajar con electricidad requiere medidas especiales. Hay guantes dieléctricos, herramientas aisladas, calzado específico, pantallas y alfombras aislantes. Un fallo eléctrico puede matar en un segundo.
- Equipos especiales en entornos sanitarios o químicos: Los trabajadores de hospitales, laboratorios, industrias farmacéuticas o limpieza industrial necesitan batas, guantes estériles, calzado desechable, pantallas, gorros y protección específica frente a agentes biológicos o químicos.
Formación y mantenimiento
También hay que enseñar a usarlos, revisarlos y reponerlos cuando toca. Un casco caducado, una mascarilla mal colocada o unos guantes rotos pueden ser igual de peligrosos que no tener nada. En mi empresa hacemos formaciones cada trimestre y revisiones periódicas. El equipo de prevención de riesgos laborales es tan importante como el de recursos humanos.
Además, la ley también exige que los trabajadores reciban formación adecuada y actualizada sobre los riesgos de su puesto. Esto no es una charla aburrida, es una inversión porque el conocimiento también protege y el desconocimiento mata.
¿Y qué pasa con los autónomos y pequeñas empresas?
A veces pensamos que estas obligaciones solo aplican a grandes empresas, pero los autónomos también deben protegerse. Y las pequeñas empresas tienen las mismas responsabilidades que las grandes, aunque con menos recursos.
En estos casos, hay servicios de prevención ajenos que pueden ayudar, y subvenciones públicas para comprar EPIs o recibir formación.
Lo que aprendí viendo a mi hijo en una camilla
Después de aquel susto, cambié cosas en mi empresa. Cambié proveedores, renové el equipo de protección, metí más formación, revisé procedimientos. Y, sobre todo, cambié mi forma de mirar a mis trabajadores. Ya no los veo solo como empleados, ahora los veo como lo que son: padres, hijos, hermanos, personas con historias… como mi hijo.
También hablé con él. Me dijo que el casco le apretaba, que sudaba demasiado, que le hacía doler la cabeza. Busqué modelos más ligeros, con ventilación y ajuste cómodo… pero que resultase igual de efectivo. Y le pedí, le obligué a que no se lo quitase nunca más, porque a mí no me iba a dar un susto así otra vez. Y él me prometió no volver a hacerlo, porque comprobó él mismo que, si el equipo te molesta y no se usa… puedes tener un accidente y morirte.
La seguridad laboral es una de las cosas más importactes actualmente
Tiene que hablarse en las reuniones, en los descansos, en los correos. Hay que premiar el uso correcto de los equipos, sancionar los descuidos, y predicar con el ejemplo.
Yo fui el primero en ponerme casco en las visitas a obra, aunque solo estuviera diez minutos. La seguridad no es un gasto, es una inversión en la protección de las personas.
Si te importa la gente que trabaja contigo, protégela. No esperes a que sea tu hijo el que acabe en urgencias.