De vez en cuando, a toda comunidad de vecinos o propietario de una vivienda le tocará recurrir a los servicios de una empresa de reparación de tejados como Cubiertas Estévez, especialista en construcción de cubiertas, reformas de tejados viejos y rehabilitación de cubiertas de edificios en mal estado. Porque, a pesar de la evolución de las técnicas constructivas, los estándares de calidad exigidos a los materiales de la construcción y las estrictas normativas locales, nacionales y europeas respecto al sector, la incidencia de los elementos y el paso del tiempo desempeñan un papel fundamental en el desgaste de las cubiertas de los tejados.
“Las cubiertas son estructuras de cierre superior, que sirven como cerramientos exteriores, cuya función fundamental es ofrecer protección al edificio contra los agentes climáticos y otros factores, para resguardo, darle intimidad, aislación acústica y térmica, al igual que todos los otros cerramientos verticales”, define la enciclopedia online de la construcción www.construmatica.com. A grandes rasgos, los tipos de cubierta son dos: plana e inclinada, que como su nombre indica varían en cuanto a la su inclinación respecto del suelo. Las cubiertas inclinadas, que pueden ser a uno, a dos o a cuatro aguas –según el número de planos inclinados que disponga el tejado-, posee como principales elementos arquitectónicos el faldón –cada de estos citados planos de la cubierta- y la lima –las aristas que separan a cada faldón, que se denominan limahoya en la parte cóncava, limatesa en la convexa y de quiebro entre paños de diferente inclinación-. Por su parte, la lima superior que corona la superficie del tejado es conocida como cumbrera, caballete o gallur. Los extremos inferiores que sobresalen de la fachada, destinados a alejar la caída del agua de la edificación y proteger así esta fachada, reciben el nombre de alero o alar. Las cubiertas planas, en cambio, solo poseen un faldón, que debe tener una inclinación menor del 5 % para que la cubierta sea considerada como tal. Dentro de esta tipología, tienen también cabida las cubiertas ajardinadas. Esto es, cubiertas “cuya capa exterior de cobertura la ocupa un sustrato de pequeño espesor que alberga especies vegetales de poco o nulo mantenimiento”, muy apreciadas por su aprovechamiento ecológico, sobre todo en las grandes ciudades, masificadas, con escasas zonas verdes y víctimas de la contaminación atmosférica, ya que entre sus ventajas se encuentra su capacidad para la retención del polvo y sustancias contaminantes, la protección que ofrece contra los efectos nocivos de la radiación solar o sus propiedades para regular la temperatura del edificio enfriándolo mediante la evaporación y contribuyendo a su aislamiento térmico.
El caso es que las cubiertas pueden sufrir patologías que afectan de manera determinante a sus funciones. Sus causas más frecuentes responden a las humedades por filtración, humedades por condensación, desprendimientos y erosiones. Las humedades por filtración pueden deberse a motivos como la insuficiente cubrición o solape de las piezas el faldón, así como la rotura de alguna de ellas. Se trata de un problema que propicia la aparición de rendijas por donde se cuela el agua vertida. De la misma manera, un grado de pendiente insuficiente en comparación con la cantidad y la frecuencia del vertido de líquido que deberá soportar el tejado. En este punto, se deben añadir elementos a la estructura de la cubierta que garanticen su adecuada impermeabilización, como chapas onduladas o grecadas, láminas asfálticas, planchas saturadas de betún asfáltico o dos capas de emulsión elastomérica. También se deberá colocar una membrana impermeabilizante, cartón embreado o chapa en el supuesto de que la falta de estanqueidad de la cubierta afecte a limatesas, limahoyas y/o cumbrera. Las humedades por condensación no dependen únicamente de la cubierta, sino también del comportamiento higrotérmico del edificio en sí –su aislamiento, su influencia en la creación de una estabilidad térmica confortable-. Esta problemática suele manifestarse en forma de condensación superficial o intersticial. Los daños por desprendimiento por lo general están asociados a la acción del viento, que es capaz de levantar alguna de las piezas de la cubierta a causa de una fijación insuficiente. Asimismo, la variación brusca en la temperatura exterior y sus efectos sobre la superficie de la cubierta pueden generar el desprendimiento de sus piezas debido a las dilataciones y contracciones asociadas a este proceso. El viento también supone un agente erosionador de la cubierta, si bien su incidencia acostumbra a ser moderada o leve. Más perjudicial en cambio es la erosión física, derivada de la acción perniciosa de las heladas -especialmente dañinas si el material de la cubierta es poroso-, así como del crecimiento de organismos vegetales o la nidificación de algunas especies de aves, que conviene mantener siempre bajo control. La erosión química, por último, suele asociarse a las patologías ocasionadas por la humedad, ya que es fuente de aparición de microorganismos que pueden afectar a los materiales de la cubierta.